Cuando el 6 de Diciembre de 1978 voté si a la Constitución
Española, (aunque a regañadientes pues no me gustaba y sigue sin gustarme la
monarquía) pensaba, con la candidez de los 18 años, que se abría para el país
un horizonte democrático que nos llevaría a igualarnos a aquellas democracias
firmemente asentadas del resto de Europa
y de las que tanto oía hablar a los amigos extranjeros de mi familia (daneses,
alemanes, holandeses, franceses…). Que
con el tiempo y un poco de voluntad alcanzaríamos el bienestar y el progreso de
unos países que más que al norte de los Pirineos se me antojaban más allá de
Marte.
Ahora, al mirar atrás
desde mis 52 años, me siento estafado, burlado, engañado, robado y violado en
lo más intimo de mis aspiraciones democráticas. Veo con tristeza e indignación
como lo que se prometía un sistema de
libertades justo y equitativo, no ha sido más que una mentira. Un engaño mayúsculo
perpetrado por una serie de individuos preocupados única y exclusivamente en
alcanzar poder y riqueza a toda costa y en perpetuarse en el mismo a toda
costa, pisando a quien hiciera falta, para permanecer ahí por los siglos de los
siglos.
Hasta el 82
gobernaron, a trancas y barrancas, los herederos directísimos del régimen
franquista, quienes, asentados en el poder desde hacía treinta y cinco años ya
venían con las alforjas llenas y no les hacía falta nada.
En el 82 llegaron los
socialistas, quienes unos años antes nadie sabía de donde habían salido.
Desertores del arado unos, diletantes de salón otros, cuando llegaron al poder
los dedos se les hicieron huéspedes. De comer potaje y tortilla de patatas, se
vieron de pronto transportados en lujosos coches oficiales a alfombrados
salones, probaron el marisco y el Moet Chandón y perdieron el oremus. Fue una
fiesta de 14 años a pajera abierta donde, al grito de “maricón el último”,
dejaron el país hecho unos zorros.
Mientras tanto, los
cachorros de las buenas familias del Régimen anterior, escarmentados por el
estrepitoso fracaso de sus progenitores (que casi había hecho desaparecer la
derecha del arco parlamentario) fueron aunando sus fuerzas y dándose un barniz
democrático, se preparaban para conquistar el poder al que consideraban única y
exclusivamente suyo y que había sido usurpado por una legión de
destripaterrones que antaño no tenían ni donde caerse muertos.
Llegó el año 96.
Desgastado el socialismo, por errores propios y presión ajena. Con un paro
altísimo y turbios asuntos de corrupción y terrorismo de estado, la gente
(presión mediante de toda la ultraderecha mediática, que llegó a poner en
peligro la estabilidad del estado) le dio un vuelco a la tortilla y votó a un
individuo mediocre y ramplón que prometía atar a los perros con longanizas y
parabienes sin cuento para todo el mundo.
Los primeros cuatro
años se sacó de la manga un as que llevaba oculto, llamado “Ley del
Suelo” que, unido al talante moderado que exhibía, debido a haber tenido que
pactar el gobierno con los “malvados” nacionalistas, hicieron que cuatro años
después obtuviera una mayoría absoluta arrolladora.
Entonces, se volvió
loco.
Al no tener a nadie
que le dijera al oído aquello de “Memento Uomo”
(recuerda, eres humano) que les decían antaño a los generales romanos
cuando entraban triunfantes en la capital, pensó que todo le estaba permitido.
Casó a su hija en el Escorial con una ceremonia propia de un rey africano,
tardó un mes en aparecer por una Galicia que se ahogaba en petróleo y veía ir a
la ruina el pan de sus habitantes, puso los pies encima de la mesa del amo del
mundo y nos metió en una guerra injusta
y mentirosa entre los vergonzosos aplausos de sus acólitos.
Sin embargo, el
pelotazo del ladrillo había hecho creer al país que vivía en Jauja, el dinero fluía
con el agua y parecía que el mas tonto se había hecho rico, se había comprado
un casoplón y conducía un Audi A6. El paro era prácticamente residual y por
todo el terreno patrio crecían como setas, macro urbanizaciones, palacios de
congresos y “Ciudades” de la cultura, de las artes, de las ciencias, de la luz,
etc.… y, ni el más pequeño pueblo era nada sin un complejo ultra polideportivo diseñado por el más
pomposo arquitecto de moda.
Llegó el año 2004 y
nada hacía suponer que la derecha no volvería a ganar las Elecciones. El partido
socialista aun estaba lamiéndose las heridas y el candidato que sorpresivamente
había ganado la secretaría del partido, parecía más un voluntarioso
principiante que un político que pudiera hacer sombra a la férrea maquinaria
del gobierno.
Pero aquel
hombrecillo mediocre y ramplón había llegado a tal punto de endiosamiento que
cometió un error que nunca debe cometer un político que se precie. Mentir y que
te pillen. Cuatro días antes de las elecciones, la guerra en la que "el señor de
Las Azores" nos había metido tuvo la terrible consecuencia de que un grupo de
fanáticos iluminados de Alá cometieran el más brutal y sangriento atentado que
había sufrido España.
Entonces, convencido
de que si los ciudadanos conectaban ese atentado con aquella guerra injusta que
el había apoyado, estaba más acabado que el Fox-trot, mintió e hizo que todo su
gobierno y los medios de comunicación que controlaba mintieran hasta la
saciedad.
El vuelco que dieron
aquellas elecciones no se lo esperaba ni Zapatero, que acabó lleno de moretones
de tanto pellizcarse, y aquel político bisoño que esperaba pasarse los
siguientes cuatro años criticando al gobierno desde el banco de la oposición se
vio de buenas a primeras sentado en la Moncloa y con un país que iba como un
Ferrari (hacia el abismo pero como un Ferrari, que caramba)
¿Y que hizo el
político bisoño y optimista hasta el cansancio? ¡Nada!. Bueno si, dormirse en
los laureles y dejarse llevar por la corriente. Nada de revisar la ley del
suelo. Nada de estudiar detenidamente el monocultivo ladrillista que amenazaba
con desbordarse por todos los lados del país como la espuma de una cerveza mal
tirada. Nada de controlar férreamente a la banca y a las cajas de ahorro, que
se habían convertido en una suerte de “burro Cagadiners” que repartían
hipotecas como si fueran caramelos. Nada de atar corto a las autonomías que
gastaban como un adolescente Saudí, en barbaridades que pondrían los pelos de
punta a un contable de la mafia. Solo se dedicó a sentarse en la cresta de la
ola y creerse la hostia en bote.
La burbuja del
ladrillo le permitió (en el tiempo de descuento) volver a ganar las elecciones
y, cuando se las prometía más felices, la burbuja le estalló en los morros y tan
fuerte, que lo dejó como un boxeador noqueado y dando vueltas como gallina sin
cabeza. Tan grogui se quedó, que mientras el país se hundía a su alrededor, el
se dedicó a negar la mayor y a decir que todo estaba estupendito y que vivíamos
en el mejor de los mundos posibles, mientras España se llenaba de urbanizaciones
abandonadas, la gente se quedaba sin trabajo, las cajas embargaban las
viviendas y quebraban por que no sabían que hacer con tanto piso y los
directivos, puestos ahí por los partidos políticos huían con los bolsillos a
reventar al grito de “el último que apague la luz”, mientras las filas del paro
aumentaban a la carrera y el país entero se sumía en la certeza de que aquello
era más gordo de lo que parecía.
Y cuando los jóvenes
en paro y sin estudios (quien iba a hincar codos si se ganaban 3000 euros echando
cemento) empezaban a volver a casa de sus padres y los emigrantes atraídos por
los cantos de sirena del país de Jauja empezaban a volverse a sus países, llegó
el hombre gris.
El hombre gris había
tomado el castillo a la chita callando y sin pegar un solo tiro, dejando que
sus contrincantes se despellejaran entre si. Su máxima era aquella de más vale
callar y parecer imbecil, que abrir la boca y demostrar que lo eres. Su aspecto
circunspecto le daba un aire como de
maestro nacional del franquismo al que la sabiduría, como el valor en la mili,
se le suponía y consiguió convencer al pueblo de que el tenía la fórmula, la
solución mágica e infalible que nos sacaría de la crisis y los pajaritos
cantarían, las nubes se levantarían y en
España empezaría de nuevo a amanecer.
La gente (la gran
mayoría) se tragó el anzuelo. Con eso y con la brutal abstención que se produjo
entre los votantes del PSOE, el hombre gris se hizo con las riendas del negocio,
pero el negocio resultó que estaba en la ruina y los acreedores aporreaban la
puerta como en el ático de “13 Rue del Percebe” y, como dice el dicho, “te
prometo hasta que te la meto y una vez metido, se olvido lo prometido”, el
hombre gris y sus jefazos de la banca europea nos la metieron doblada y sin
vaselina y donde habían dicho digo, empezaron a decir Diego y pusieron en
marcha el plan oculto que habría de tirar por la borda todo aquello que
conocíamos como democracia, derechos de los ciudadanos y estado del bienestar,
para, llegados a este día, convertir España en una pseudo-dictadura, donde la
casta dominante tendrá todos los derechos y la plebe carecerá de todos ellos. Un
país donde los ricos serán más ricos y los pobres más pobres, donde el miedo y
la coacción impidan a la gente exigir sus derechos, donde el miedo sustituya a
la solidaridad y donde, después de casi cuarenta años volvamos a la casilla de
salida, dejemos de ser ciudadanos para pasar a ser súbditos y donde todo este
tiempo de mal llamada democracia (cuando no ha sido más que una partitocracia bipolar)
no será más que un espejismo, un cuento de pesadilla que les contaremos a
nuestros hijos cuando nos pregunten por que tienen unos trabajos de mierda, con
unos sueldos de miseria y unas condiciones esclavistas, o por qué tuvieron que
irse a trabajar a Alemania para ganarse el pan que aquí se les negó.